Comunidad sorda reconstruye memoria del conflicto

7 septiembre, 2017
COMPARTE [ssba]

“Un día, siendo apenas un niño, quise salir a la calle pero mi papá no me dejó, yo no entendía por qué. Para explicarme lo que estaba pasando me llevó al frente del televisor y en la pantalla observé como el palacio de Justicia había sido tomado por el M19 y estaba en llamas. En el momento no entendía muy bien, pero con el tiempo comprendí qué ese había sido un acontecimiento muy trágico en la historia de Colombia”.

Ese es uno de los primeros recuerdo que Vladimir Claros tiene de la violencia y el conflicto armado en el país y lo narró enfrente a 21 personas sordas como él, en el taller «La memoria enSeña», realizado en Medellín el pasado sábado 2 de septiembre y coordinado por Instituto Nacional para Sordos (Insor), la Alcaldía Mayor de Bogotá, a través de su Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (Cmpr), el Centro Nacional De Memoria Histórica (Cnmh), el Banco de la República y el Museo Casa de la Memoria de Medellín.

Vladimir hace parte de un grupo de facilitadores que participó en la construcción metodológico del taller, que tiene como propósito que la población sorda comiencen a participar en temas de memoria, paz, reconciliación y perdón, para convertirse en gestores de memoria histórica, tanto hacia dentro de esta población, como hacia afuera, con oyentes.

Según Arturo Charria, coordinador pedagógico del Centro de Memoria de la Alcaldía de Bogotá y consultor del Insor, la construcción de los contenidos del taller se generó a través del diálogo y de las reflexiones con personas de la comunidad sorda. “Comenzamos a conversar para implementarlo de la mejor manera. En el transcurso nos dimos cuenta que no tenía sentido si hacíamos el rol de profesores, porque ellos están en la capacidad de hacer esta labor”, dice.

El resultado son una serie de actividades y ejercicios en donde los facilitadores  no detallan o recitan conceptos como memoria, conflicto, paz o violencia. El entendimiento de estos, cuenta Charria, se define desde el hacer. Es decir, no  busca que los asistentes se aprendan de memoria los significados, sino que se den cuenta que ellos son sujetos portadores de estas categorías.

Para Elisabeth Giraldo, de 11 años y asistente al certamen,  aunque los temas son pesados y pueden parecer abstractos, su comprensión es importante para el entendimiento de la historia. Señala que le interesa mucho tener diferentes versiones sobre los problemas del país  para crear una opinión propia. «Para nosotros acceder a la información es difícil, pues los noticieros o documentales no tienen lengua de señas», dice.

“Lo que si he visto es mucho sufrimiento por culpa de la guerra. Yo quisiera ser una líder para poder ayudar a los demás y cambiar en algo esa historia tan violenta. Quiero un mejor país, un país bonito, en paz. Quiero que Medellín sea reconocida en un futuro como una ciudad de paz, no de bandas delincuenciales o guerra”, agrega la niña.

Según Charria, que fue docente de colegio, los miembros de la comunidad de sordos tienen una relación muy poderosa con los sentidos y con la memoria. Explica cómo durante las actividades se ha dado cuenta que tienen un alto conocimiento de imágenes históricas, pero también resistencia a temas de paz y prejuicios por falta de información.

“A través del taller ellos van analizando y reflexionando sobre estos temas, así que muchos generan cambios de mentalidad. Lo más significativo es que está creando una capacidad instalada en los líderes de los talleres, que son sordos, para que puedan replicarse en otras personas y así expandir la conversación”, agrega el politólogo.

“Desde niña me ha perseguido el conflicto armado”

En medio de las actividades salen a flote historias de violencia y conflicto armado. Una de estas es la de Mónica Julieth Río, de 23 años, que fue desplazada por el conflicto armado de Apartadó, en el Urabá Antioqueño. Ella, su esposo y su hijo, llegaron a Medellín en e 2013, al barrio la Sierra, de donde tuvieron que salir unos años después debido al asesinato de su abuelo a manos de bandas delincuenciales.

“Cuando era pequeña iba a una finca cafetera, donde vivían mis padrinos. Era muy peligroso ir, muy complicado porque había violencia y no podíamos quedarnos hasta tarde. Tipo 7 u 8 de la tarde era la hora tope para estar ahí”, recuerda Mónica después de un ejercicio en el que a través del tacto y el olfato los asistentes rememoraban experiencias.

Para ella estos recuerdos son invaluables, pues en la finca, junto a otros niños, jugaban en los árboles, cogía naranjas o guayabas, corría y terminaban la tarde en el riachuelo. Ahora dice sentirse aburrida en la ciudad, rodeada de vías, carros y casas, sin ríos o quebradas, con pocos árboles que den sombra y lejos del resto de su familia.

“Nos tocó dejar todo eso. En ese río al que íbamos a jugar las personas se acercaban a lavar la ropa o a coger al agua para preparar la comida. Era como un sitio de reunión. Pero en una ocasión un señor asesinó a alguien, la decapitó delante de nosotros. Eso nos ocasionó muchos nervios, ver morir a alguien es horrible. Así que desde ese momento nos aconsejaron no salir hasta tarde. Yo vivía con mucho miedo porque tengo un hijo”, cuenta la joven.

Debido a esta situación, parte de la familia decidió trasladarse a Medellín, al barrio la Sierra, en la comuna 8. Pero allí la situación hace cuatro años no era diferente: las bandas criminales se peleaban el territorio por medio de ráfagas de fusil y los niños no podían ir a los colegios por las llamadas fronteras invisibles. Durante meses la gente tuvo que dormir en el piso porque los disparos no cesaban.

“En el barrio había muchísima violencia. Le llaman La Sierra porque allí decapitaban a muchas personas, a las mujeres las violaban y muchísimas quedaron embarazadas. Las personas estaban muy pendientes y avisaban en donde lo podían robar a uno o en donde le podían cobrar por pasar de un lugar a otro. Ahora mejoró porque inclusive cambió la infraestructura y se ha construido mucho”, dice.

Ahora la joven vive en la casa de la suegra, en el barrio Boston de Medellín, estudia en el colegio Ciesor, colegios para personas con algún tipo de discapacidad, y señala que su intención de asistir al taller es entender mejor la situación del país para poder contribuir en la transformación de este.

“Por hoy he comprendido las luchas y las vivencias de cada uno, lo que los hace personas”, agrega.