Los hijos de la paz

5 septiembre, 2017
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Solamente con llegar a Colombia uno puede ver la alegría, respirar esperanza y palpar un pueblo lleno de contrastes. Aterricé en Colombia para investigar y posteriormente filmar un documental sobre el post-conflicto. Pero, ¿por dónde empezar…? Escuchando, preguntando con cura pero sin atadura y percibiendo las emociones, a lo que se deja oír entre líneas. Dicen que los taxistas son el mejor termómetro de la sociedad, ellos y ellas conducen a decenas de personas al día y a la semana, conversan y cual esponjas, se empapan de jugosos titulares en apenas algunos minutos de trayecto. Con ellos entendí que la situación tiene mil caras y cada persona tiene una manera diferente de encararse a su pasado.

Quise recopilar con atención los detalles de las historias del resquebrajado pasado de cada una de las personas, sin poder evitar concluir que las historias se fueron repitiendo y repitiendo a nuestro y a su pesar. Y es que, aunque hayan sido historias de sufrimiento individuales el imaginario del pasado es colectivo.

Muchas historias fueron realmente duras de escuchar, escalofriantes de imaginar y heroicas de vivir; sin duda alguna, la determinación e insistencia en esculpir memoria para evitar repetir décadas de violencia es digna de admirar. Espero, con todo respeto, hacer mi proyecto cinematográfico partícipe de la forma más adecuada en cualquier, todos o alguno de los procesos de memoria y reconciliación del país.

En mi camino de exploración he tenido la inmensa suerte de toparme con la grandeza de Héctor Aristizábal, un ser con un alma y un corazón difíciles de replicar, y si bien ha cambiado radicalmente mi forma de entender y vivir la vida. Le debo a él la curiosidad de filmar mi primer largometraje en Colombia junto Kuba Sobieski. Si me permiten ponerles en antecedentes, Héctor ha vivido cómo muchos otros colombianos la muerte desde muy cerca, al ser torturado a los 28 años por militares se exilió en los Estados Unidos donde continuó su carrera profesional de psicoterapeuta. Aun así, su vida no cambió hasta pasado unos años cuando los paramilitares capturaron y mataron a su hermano Juan Fernando.

La unicidad de Héctor reside, para mí, en su capacidad de inducir paz a través del teatro, elemento artístico que nunca tuvo un segundo plano en su vida, sin embargo, no desarrolló hasta más adelante en forma de talleres de sanación y de reconciliación. No se me ocurre una forma más linda de casar estas dos disciplinas: psicoterapia y teatro. Héctor ha andado por tierras lejanas, hostiles, a veces pobres, a veces ricas, abiertas y cerradas, tímidas y castigadas, siempre con la intención de transformar el dolor en algo positivo. Sus talleres son mágicos y él siempre nos recuerda que la magia está dentro de nosotros mismos, él nos ayuda a encontrarla.

Héctor participó en el proyecto Victus, juntando a 20 ex-paramilitares, ex-guerrilleros, ex-militares y civiles que no se conocían entre ellos, y tampoco sabían que habían sido enemigos en el pasado. A medida que transcurrió el taller las escenas del pasado de cada uno afloraron lentamente y se dieron cuenta que años atrás habían sido voraces enemigos, con la diferencia que ahora en el presente el otro tiene cara y ojos, sentimientos, historia, hijos y familia; empezaron el proceso de humanizarse.

¿Por qué os cuento lo de Héctor? Su historia para mí desencadena una serie de preguntas sobre todas las partes del conflicto, plantea retos sobre la presente y futura convivencia de todas las partes y sobre todo pretende buscar soluciones más allá de las formalidades políticas. Toda la gente que he encontrado en mi camino coincide en que quiere imaginar una Colombia en la que todos convivan y una comunidad dónde la ley, el amparo y el reparo sean iguales para todo el mundo.

Muchas personas me recordaron que las implicaciones del conflicto resuenan en toda la sociedad, aunque haya zonas urbanas que quedaron resguardadas del conflicto y piensan que este problema no les tocó, deben darse cuenta que si toda la sociedad anda junta con conocimiento, respeto y resiliencia, todos saldrán ganando. Supongo que el futuro presenta muchos retos nuevos para la sociedad a los que nadie prestó atención antes debido a que la guerra lo encubrió todo. Los contrastes hay que poder ensalzarlos y hacer decrecer los muros entre diferencias.

Me ha fascinado vivir en primera persona cómo los corazones de los colombianos vibran juntamente y en una misma dirección, los mismos corazones que se abren al extranjero, a lo nuevo, una sensación que genera en mí aún más ganas de implicarme, y no hay para menos. De un modo u otro a todos nos ha sacudido la vida, a menudo nos quemamos y nos hacemos ceniza, pero recordemos que como bien escribe Tatiana Arango a Diana en Desarmados: de las cenizas surge el maravilloso Ave Fénix.

Didac Pérez, director de cine catalán.